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1 dic 2015

DOS CONVERSAN (Hugo Abbati dixit)

Gilda, la hija menor de Carlo, se encontraba leyendo un libro sobre las distintas derivas de la obra de Samuel Beckett, el delgado escritor irlandés que, al enterarse de que había sido premiado con el Nobel, huyó. La muchacha era una experta en los estudios que se ocupaban de las diversas significaciones que se le atribuyen a la palabra Godot, el esquivo personaje de una de las más famosas piezas del irlandés, más allá de las dos habituales que se le atribuían: God (inglés), Dios; Tod (alemán), Muerte. El libro que ahora estaba leyendo se llamaba Donde Beckett perdió el poncho, y trataba de la influencia del escritor en las lejanas tierras de la Patagonia, donde un grupo de indígenas de por allá había decidido poner en escena, en plena pampa, una versión autóctona de la obra en la que dos indios, con pinta de retrasados mentales, esperaban la llegada de un cacique llamado Calfucurá que les explicaría, de una vez por todas, qué carajo hacían en esas pampas aburridas yendo de la superficie de la tierra a los lomos de sus caballos y de los lomos de sus caballos a la superficie de la tierra sin poder cambiar un ápice esa ridícula rutina. Así que los indios, analfabetos totales, se sentaban bajo una gigantesca planta arborescente llamada Ombú (propia de esas tierras) a la espera de Calfucurá, al que atribuían una sabiduría extraordinaria que había discernido la paja (de la existencia) del trigo (de la muerte). Pero Calfucurá, como Godot en la obra original del irlandés, nunca llegaba, y mandaba como emisario a un pecarí (una especie de cerdo o chancho) que les comunicaba, entre gruñido y gruñido, que el cacique les pedía, una vez más, disculpas, que sus múltiples asuntos con las cuestiones del Universo le impedían hacerse un hueco para ir a verlos y explicarles las cosas de la vida. Los dos indios estúpidos aceptaban con resignación el mensaje frustrante del pecarí y le decían que no pasaba nada, que seguirían esperando, que ya estaban acostumbrados a sus vidas repetitivas, y que esperar a Calfucurá les daba, al menos, una ilusión, aunque, eso sí, una ilusión siempre frustrada.


¡¡¡NO OS LA PERDÁIS!!!

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