Sarah Kirsch
Edición
bilingüe. Traducción de José Luis Reina Palazón
Dos
volúmenes, 506 y 150 pags. Tamaño 215x15
ISBN
978-84-934184-8-9
Hace cuarenta años Sarah Kirsch (1935) empezó a publicar
poesía en su “pequeño país calefactor”, la entonces República Democrática
Alemana, que no dejaba que sus habitantes hicieran viajes al exterior. Como
tantos poetas alemanes, proviene de una familia donde hay pastores
protestantes. Estudió biología. La eligieron para llevar cursos en la Escuela de Altos Estudios
de Poesía (Instituto Johannes Becher), en Leipzig. Ernst Bloch vivía allí, se
pensaba en el principio esperanzada. Dejó de llamarse Ingrid y comenzó a firmar
como Sarah, para que no se olvidara cómo tenían que llamarse todas las mujeres
judías durante el nazismo. El apellido se lo prestó su marido. Una nueva
identidad. Un tono inocente, naif y suave, observaciones precisas, educación de
los ojos. Amores, antes que nada, a las plantas. Mientras, el país se
industrializó de manera brutal. Cuando en 1976 firmó con muchos otros una
protesta contra la expatriación de un poeta amigo, fue expulsada no
oficialmente, mas sí de facto. Se le cerraron las editoriales, la Seguridad del Estado y
los vecinos observaban los juegos infantiles de su hijo. Desde 1976 vive en el
norte de Alemania, cerca de la frontera con Dinamarca, en un pueblo minúsculo
de la llanura entre el Mar del Norte y el Báltico, dedicada a la escritura, a
su gran jardín y a los animales. Ha obtenido numerosos premios. Hace unos años
recibió el más renombrado en la literatura alemana: el Premio Büchner, nuestro
Cervantes.
Ya en Estancia en el campo (1967) inicia Sarah Kirsch
todos los temas que caracterizarán sus libros posteriores: los hechizos y
combates del alma en una exacta observación de la naturaleza y del paisaje al
cambio de las estaciones. La observación es realista, no se proyectan los
sentimientos de la observadora en la naturaleza sino que a través de la
naturaleza se evocan sentimientos y asociaciones en la persona. Para la poeta
no se trata de una descripción de cosas o seres sino de un informe de su
encuentro, de su confrontación con ellos. Con ese exacto descubrimiento de lo
real y de las
asociaciones provocadas por ese encuentro los poemas adquieren sustancia y no
son simplemente formas agradables e inocuas. En Estancia en el campo se
da ya también la forma del poema sin rima y sin signos de puntuación, sobre
todo sin comas, lo que puede dar lugar a ambigüedades y dobles significaciones
deseadas, de modo que el lector debe buscar una lógica de la frase a veces,
como en Celan, a través de repetidas lecturas.
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